jueves, 21 de febrero de 2008

Los estudiantes ante la huelga en la UAM

En días precedentes se ha desatado en el ciberespacio una guerra de correos electrónicos, posts y videos que involucran a la comunidad estudiantil de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). El origen de esta discordia es el conflicto laboral que desde hace semanas mantienen el Sindicato Independiente de la UAM (SITUAM) y los representantes de la rectoría, lo cual ha ocasionado que nuestra casa de estudios cumpla este viernes 22 de febrero catorce jornadas laborales de huelga —si no contamos el día 5, feriado conforme al calendario escolar.
Una de las consecuencias de este movimiento es la opinión dividida de los estudiantes hacia éste, sobre todo por lo que representa para nosotros la suspensión involuntaria de nuestros estudios. Sin embargo, quienes protestan contra esta acción del sindicato, algunos de ellos apelando a una aparente neutralidad, han omitido algunas consideraciones y han sobrevalorado otras no menos importantes.
Si bien todo pasante o egresado tiene derecho a contar con una pronta y satisfactoria incursión en el mercado laboral, también se debe tomar en cuenta que una de las quejas del sindicato es la subcontratación, conocida también como outsourcing, no sólo del personal administrativo, sino también del académico que labora en la unidad Cuajimalpa. Esta práctica se opone al Contrato Colectivo de Trabajo que de manera periódica firman representantes del SITUAM y las autoridades de la universidad.
La subcontratación, según Jiri Musil, citado por Octavio Ianni en La era del globalismo, consiste en “la reducción del tamaño de las empresas, el carácter temporal de los empleados y la mayor movilidad de los empleados”, que en términos mundanos se resume en la abundancia de empresas de servicios —sobre todo en los ramos de limpieza y seguridad, ¿o no?—, las cuales cumplen la función de ahorrarle al cliente la fastidiosa Seguridad Social y los compromisos que ésta representa. El outsourcing genera, entre otras perlas, desempleo cíclico y crecimiento de grupos humanos situados en la condición de subclase. Lo primero se resume en empleos temporales que, además de dejar al empleado en la incertidumbre, son materia prima de los gobiernos para el embarazo de las estadísticas de empleo. Lo segundo podría ejemplificarse con la cantidad alarmante de profesionales que engrosan cada año las filas de la migración al primer mundo, sobre todo para ejercer labores para las cuales no se quemaron las pestañas por tantos años: todos conocemos o hemos escuchado casos de profesionales jóvenes que se emplean de pizcadores, nanas o, en los peores casos, en los populares Mcjobs de Canadá o España.
Esta es una realidad a la que todo egresado tendrá que enfrentarse y a la cual el sindicato, quizá con métodos muy tradicionales, le está haciendo frente.
Otro aspecto que merece consideración es la desconfianza que los sindicatos generan en los estudiantes y en la juventud, ya que existe la idea a generalizar la holgazanería del individuo en la masa anónima de afiliados, incluso a relacionar la palabra sindicato con ineficiencia y nepotismo. Lo cierto es que el empleado comprometido con su trabajo es el menos estruendoso e imperceptible, aunque su salario haya perdido un 35% de poder adquisitivo en los últimos años.
A este empleado no lo vemos porque está a nuestro servicio. Es el anónimo perfecto.
Así también, es necesario puntualizar que el ambiente de polarización y desinformación en la comunidad estudiantil se ha generado por la poca o nula cobertura que se da al conflicto en los medios, sobre todo con la consigna latente de omitir las demandas y argumentos de los sindicalizados.
Sin la intención de hablar en nombre de los uameros, puedo afirmar que todos somos concientes de las consecuencias de esta suspensión de labores y que el dilema de fondo es sobre la justicia o injusticia de las demandas de los trabajadores. Estas demandas reflejan que las necesidades mínimas de la población en general no han sido ni serán cubiertas por las llamadas políticas de “flexibilización laboral” y de recortes al presupuesto educativo. Claro que si algunas excepciones indican que estas necesidades sí son cubiertas, los tecnócratas gubernamentales y sus corifeos —principales beneficiarios— se podrán preguntar: ¿A quién le importa la universidad pública? ¿A quién le importa que, en un caso remoto, se pierda este trimestre?

2 comentarios:

Beto Dreizehn dijo...

Buen texto este sobre la huelga. Me parece excelente que hables de la subcontratación de administrativos y académicos,que menciones a los alumnos y que preguntes ¿a quien le importa la educación pública? Considero el problema no es de la subcontratación, es de la ineficacia de las instituciones y su personal ¿Creees que no hay tecnócratas que esten dentro del cuerpo administratico y docente que sólo se beneficien de la universidad? El problema tampoco es de los estudiantes indiferentes o los guerrilleros de salón y chat room, es de la actitud apolítica que los estudiantes han adoptado. Y la educación pública le importa a pocos, pero debería ser la prioridad de todos, porque cada estudiante le debe la universidad no a esta institución misma, ni a los profesores, ni al sindicato, se la deben al pueblo que paga impuestos. Aún así, la educación es deficiente, se nos enseña bajo ciertos criterios estandarizados, con lecturas seleccionadas y profesores amantes del sistema de gobierno que domina nuestras conciencias y voluntades. La educación, hoy en día, no es más que un mecanismo de control estatal. Pero esta en cada alumno hacer el cambio y regresarle algo a la sociedad popular, aquella que tiene necesidades prioritarias insatisfechas, aquella que es estigmatizada, que paga impuestos y aún así queda fuera de la universidad cuando aspira por obtener un lugar. La educación nos debe de importar a todos, princialmente a los estudiantes...

Beto Dreizehn dijo...
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