martes, 8 de diciembre de 2009

De revoluciones

Hemos perdido la cuenta o quizá ya no nos importa. No sabemos cuántos meses llevan nuestros gobernantes hablando de celebraciones, de aniversarios, de fiestas y eventos fastuosos con los que pretenden pasar a la historia. Los preparativos por el bicentenario causan en ellos un entusiasmo que no logran ocultar ante la posibilidad de verse proyectados en terrenos hasta ahora exclusivos de Peña Nieto. A estas alturas nadie ha hecho una verdadera alharaca por apropiarse en sus discursos de las figuras de Zapata o Pancho Villa y, por asociación, de los sentimientos tan variados que generan en la población. La revolución pasa a segundo término. El bicentenario está de moda, es lo de hoy, y tal parece que todo aquél que se salga del discurso oficial corre el riesgo de ser tachado de revoltoso.
Nadie, a excepción de las columnas guerrilleras y las organizaciones más beligerantes del país, quiere hablar de la Revolución. Hacerlo es una provocación al ejercicio cabalístico de la ruptura social en el 2010, como si la Historia respondiera a plazos fijos, letras de cambio o a relojes biológicos, que nadie puede detener, programados por la mano rampante del destino o por el arrojo o la indignación del “pueblo organizado”.
Pero la elusión no les garantiza que estos dos hechos históricos estén asociados en motivos, con sus debidas reservar y particularidades. En su libro El proceso ideológico de la revolución de Independencia, texto clásico para el estudio de la historia de México, Luis Villoro menciona tres hechos que desencadenaron en las acciones conspiratorias de 1808 y 1810: marginación, subversión de las instituciones políticas por los mismos que las crearon y el descontento general de la clase media.

En el caso de la marginación señalemos que si bien en la actualidad existen avances en materia de equidad en comparación con los dos siglos anteriores, hoy existen más de 37 millones de mexicanos por debajo de la línea de la pobreza, cegún cifras de la Cepal. Ante este panorama, el rector de la UNAM ha sido enfático en señalar que la llamada Generación Ni-ni –llamada así porque quienes pertenecen a ellá ni estudian ni trabajan– son los más vulnerables ante las ofertas del narcotráfico. Lo que durante la Colonia se llamó segregación por castas, actualmente se traduce en marginación económica.
Otra característica que los gobernantes prefieren no mencionar en sus discursos es la ruptura de la legalidad. Ante esta deslegitimación del marco legal, los insurrectos poseen razones suficientes para levantarse contra aquéllo que, apartir de ese momento, es reconocido como tiranía. Este es el prinicpal argumento utilizado no solamente por el abanico de grupos civiles abiertamente opositores al gobierno –que vale decir va desde las organizaciones ecologistas hasta las columnas guerrilleras del sur de la República– sino por amplios sectores de la sociedad que han hecho constantes sus quejas por la corrupción, injusticia e inseguridad que prevalece en todos los órdenes de gobierno. Fue el mismo agrumento que utilizaron tanto los grupos criollos durante la revolución de Independencia como por Fidel Castro en el 53. Es una de las condiciones innegables que un gobierno puede dar si quiere crear y echarse encima un movimiento revolucionario.
Finalmente, uno de los factores más importantes, y sin duda el más complicado es el descontento generalizado de la clase media. Tradicionalmente una de las capas sociales más conservadoras y políticamente más fluctuantes. Fueron las clases medias ilustradas, limitadas en sus posibilidades de desarrollo personal y grupal, las que en 1810 encontaron la posibilidad de revindicar sus aspiraciones en un movimiento que iría más allá de una reforma al sistema colonial. Hoy, la clase media posee canales de comunicación que la hacen capaz de conocer de manera casi inmediata lo que sucede en su país, de compartir información, opiniones sobre los temas más relevantes y sobre todo reclamar.
Esta clase media es la misma que en las últimas décadas ha visto mermada no sólo su capacidad económica a causa de la crisis, sino su capacidad de autonomía y libertad para siquiera asomar las narices por la ventana.
Estos son algunos de los ingredientes que cualquier gobierno, sea de derecha o de izquierda necesita para echarse encima a su población. Parecen más preocupados, como expresó Calderón sobre su propia Presidencia, por no pasar a la Historia como un gobernante más. Sin duda pasarán a la Historia, aunque es probable que su papel esté más reservado al puesto de maestros de ceremonias bicentenarias.








martes, 27 de octubre de 2009

Paraderos, trampas para usuarios

La falta de coordinación entre autoridades convirtió a las salidas del STC-Metro en escenarios de robos y homicidios. Según la PGJDF, Tacuba, Guerrero y Quevedo son las zonas más peligrosas. Transportistas sostienen que la peor es Indios Verdes

Datos de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) indican que entre enero y julio de 2009 los tres paraderos de transporte de pasajeros con mayor comisión de delitos fueron Tacuba, Guerrero y Miguel Ángel de Quevedo. Sin embargo, conductores de varias rutas y especialistas en materia de transporte público no dudan en considerar que uno de los más riesgosos es el de la terminal Indios Verdes.
Roberto Brito, presidente del Comité de Defensa del Usuario de Transporte Público en México (Cedupam), considera que el problema de la inseguridad en los paraderos tiene múltiples causas y la responsabilidad recae en varias autoridades, tanto del Distrito Federal como del estado de México. Dice que si los riesgos en el transporte público de la capital de la República son altos, en la entidad mexiquense son aun mayores.
Según estimaciones de los propios conductores, las rutas que conectan Indios Verdes o La Raza con municipios del noreste del valle de México acumulan el mayor índice de asaltos a mano armada. Los tramos de recorrido considerados como “críticos” son Tulpetlac, El Rastro, Acueducto, Santa Clara y San Pedro Xalostoc a la altura de la zona La Colonia, además del mismo paradero del Metro.
El también miembro del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe), Roberto Brito, insiste que en el área metropolitana de la ciudad de México anualmente se registran alrededor de 200 defunciones en las que está involucrada una unidad de transporte público, ya sea a causa de asaltos o por accidentes. “Es como si cada año tuviéramos un atentado similar al ocurrido en la estación Atocha de Madrid en marzo de 2004”, dice.
Clasificación de ilícitos
Las autoridades capitalinas han clasificado los delitos que se cometen en paraderos aledaños a estaciones del Metro en dos tipos: los que se ejecutan en los andenes de abordaje de autobuses y los que se cometen a bordo.
En el primer caso la PGJDF tiene registrados en los primeros siete meses de este año un total de 468 robos a transeúnte con y sin violencia, y sólo 59 asaltos con violencia a bordo de microbús. Aunque estadísticas de la Procuraduría de Justicia del DF ubican al paradero de La Raza en el lugar número 19 en incidencia delictiva, datos de la misma dependencia capitalina señalan que en los últimos dos meses han sido detenidas al menos dos bandas de asaltantes en la delegación Gustavo A. Madero, donde se ubica ese paradero. Esas bandas son conocidas como Los Gandallas y la de El Huesos.
“Esta gente (los asaltantes) no tienen hora para asaltar. Ellos asaltan al que pasa. No tienen preferencia por alguna ruta en específico”, dice Cipriano Bobadilla, representante de la Ruta 1, que agrupa un aproximado de 200 unidades de transporte público. Según estimaciones de esta ruta, en algunas ocasiones un operador puede acumular hasta dos asaltos en un solo día. “La policía sólo viene en la mañana para impedir que invadamos los carriles de Insurgentes. A las nueve se van y el paradero se queda en un total abandono de la autoridad. Hace como dos años que no se hacen operativos”, abunda.
Factores de riesgo
Lagunas jurídicas que impiden la coordinación entre el Distrito Federal, el estado de México y la Policía Federal, que se encarga de la seguridad en los tramos carreteros; falta de voluntad de las autoridades y hasta el comercio ambulante son algunos factores que impiden una mayor seguridad en el transporte público del área metropolitana, indican especialistas y conductores. “El tema del transporte no es una prioridad en la gestión de estos dos gobiernos. Incluso, la Ley de Transporte, emitida por Carlos Hank en la década de los años 70 cuando fue gobernador del estado de México, nunca menciona la palabra ‘peatón’. Eso es gravísimo”, dice Brito.
Las mayores críticas del Cedupam recaen en las secretarías de Transportes y Vialidad (Setravi) y Seguridad Pública. “La primera es la secretaría de los choferes: nunca hace caso al peatón y los operativos policiacos por sí solos no sirven. Son medidas de corto plazo. Se crea el efecto cucaracha”, agrega.
Hasta julio de 2009, las salidas el Metro más peligrosas, según la PGJDF por el número de denuncias, eran Tacuba, con 41 denuncias; Guerrero, 35; Puerto Aéreo, 25; Miguel Ángel de Quevedo, 25; Hidalgo, 23; Salto del Agua, 23, y Niños Héroes, 20.

El Universal 26 de octubre de 2009