Nadie, a excepción de las columnas guerrilleras y las organizaciones más beligerantes del país, quiere hablar de la Revolución. Hacerlo es una provocación al ejercicio cabalístico de la ruptura social en el 2010, como si la Historia respondiera a plazos fijos, letras de cambio o a relojes biológicos, que nadie puede detener, programados por la mano rampante del destino o por el arrojo o la indignación del “pueblo organizado”.
Pero la elusión no les garantiza que estos dos hechos históricos estén asociados en motivos, con sus debidas reservar y particularidades. En su libro El proceso ideológico de la revolución de Independencia, texto clásico para el estudio de la historia de México, Luis Villoro menciona tres hechos que desencadenaron en las acciones conspiratorias de 1808 y 1810: marginación, subversión de las instituciones políticas por los mismos que las crearon y el descontento general de la clase media.
En el caso de la marginación señalemos que si bien en la actualidad existen avances en materia de equidad en comparación con los dos siglos anteriores, hoy existen más de 37 millones de mexicanos por debajo de la línea de la pobreza, cegún cifras de la Cepal. Ante este panorama, el rector de la UNAM ha sido enfático en señalar que la llamada Generación Ni-ni –llamada así porque quienes pertenecen a ellá ni estudian ni trabajan– son los más vulnerables ante las ofertas del narcotráfico. Lo que durante la Colonia se llamó segregación por castas, actualmente se traduce en marginación económica.
Otra característica que los gobernantes prefieren no mencionar en sus discursos es la ruptura de la legalidad. Ante esta deslegitimación del marco legal, los insurrectos poseen razones suficientes para levantarse contra aquéllo que, apartir de ese momento, es reconocido como tiranía. Este es el prinicpal argumento utilizado no solamente por el abanico de grupos civiles abiertamente opositores al gobierno –que vale decir va desde las organizaciones ecologistas hasta las columnas guerrilleras del sur de la República– sino por amplios sectores de la sociedad que han hecho constantes sus quejas por la corrupción, injusticia e inseguridad que prevalece en todos los órdenes de gobierno. Fue el mismo agrumento que utilizaron tanto los grupos criollos durante la revolución de Independencia como por Fidel Castro en el 53. Es una de las condiciones innegables que un gobierno puede dar si quiere crear y echarse encima un movimiento revolucionario.
Finalmente, uno de los factores más importantes, y sin duda el más complicado es el descontento generalizado de la clase media. Tradicionalmente una de las capas sociales más conservadoras y políticamente más fluctuantes. Fueron las clases medias ilustradas, limitadas en sus posibilidades de desarrollo personal y grupal, las que en 1810 encontaron la posibilidad de revindicar sus aspiraciones en un movimiento que iría más allá de una reforma al sistema colonial. Hoy, la clase media posee canales de comunicación que la hacen capaz de conocer de manera casi inmediata lo que sucede en su país, de compartir información, opiniones sobre los temas más relevantes y sobre todo reclamar.
Esta clase media es la misma que en las últimas décadas ha visto mermada no sólo su capacidad económica a causa de la crisis, sino su capacidad de autonomía y libertad para siquiera asomar las narices por la ventana.
Estos son algunos de los ingredientes que cualquier gobierno, sea de derecha o de izquierda necesita para echarse encima a su población. Parecen más preocupados, como expresó Calderón sobre su propia Presidencia, por no pasar a la Historia como un gobernante más. Sin duda pasarán a la Historia, aunque es probable que su papel esté más reservado al puesto de maestros de ceremonias bicentenarias.